Take a Chef 53

El vuelo suicida del Ave Fénix con forma de mujer, dejó esa noche demasiadas víctimas. Ahora quedaba por ver, quiénes conseguírian resurgir.

Vera, el ave destructor de esa noche, recogió lo que pudo de la casa de Candela sin que ésta estuviese. La empresaria seguro estaría bajo el ala protector de su familia, recibiendo ánimos basados en despreciar a la que hasta ésta noche había sido su prometida. Todo lo que esas lenguas se habían retenido en desproticarla, ahora lo estarían haciendo bien a gusto y con toda la razón. Bravo por ellos. Al fin saldría lo que en verdad pensaban de ella; una trepa y una aprovechada tirando por lo bajo. Pensar en todos ellos rodeando a Candela poniéndola a parir, le sacó una carcajada. Panda de buitres carroñeros. Ahí lo tenía Candela, bastaba que quisiera verlo. Desde luego no la había amado y parte de razón podía llevar su familia, pero esa noche a Candela le estaba demostrando de que pirañas estaba rodeada, su problema que tomase conciencia o no.

No se llevaría de esa casa gran cosa, empezar de cero y de nuevo, tenía su punto; demostrar cuantas vidas podía llegar a tener. Pero eso si, el dichoso cuadro de ella misma expuesto para el público por Candela, lo destrozó sin miramientos. Otro puntazo, seguro que la chica de la limpieza estaría encantada de verlo (a) tirada por el suelo a trocitos. Mirta tampoco debería poner el grito en el cielo. Vera no era de engañarse, Mirta había sido sólo una prolongación de Mel, pero a través de ésta había aprendido a tenerle el cariño que jamas le había demostrado, salvo esa noche. Mirta no era más que una imbécil enamorada y ciega. Mientras luchaba por salvar su matrimonio creyéndolo perfecto, su mujer la desmerecia por completo. No sólo por su infidelidad pero si por la falta de sinceridad. No había futuro conjunto, no había planes de niños y si, la espera de que su amiguita especial consiguiese la libertad que ambas necesitaban. Pues bien, ella había cortado toda espera, ahora Mirta sólo debía llorar, levantarse, retirarse los rastros del llanto, pintarse los labios y por primera vez, pisar pensando sólo en ella. Mirta no le provocó una carcajada, fue una sonrisa natural y sincera. En Madrid se quedarían sus tardes juntas en el parque infantil, los ratos pérdidos en la habitación soñando con ser tres amigas inseparables que lo compartirían todo, atrás sus risas tontas que en el fondo, acariciaban el alma e invitaban a soñar bonito y Madrid. Cerrando las maletas, también se despedía de Madrid; de sus prisas, de su competencia, de sus luces viciadas por la contaminación y de sus sombras entre callejones a media luz. Acarreando con sus maletas, recorrió los metros hasta la puerta, dejando en ese Madrid que aún pisaba, a sus padres, a su infancia humilde, a su adolescencia avariciosa y a su juventud quebrada por un imposible...Mel.

Fue al subirse al taxi y que éste emprendiese la marcha, y recordarse riendo en otro coche con toda la adrenalina disparada por su cuerpo.

Lo había hecho, había arrancado el coche de su amigo y Mel a su lado, reía como más bonito podía hacerlo la rubia; por los ojos. Le brillaban increíbles y sorprendidos y lo hacían...por ella.

- Es lo que tiene criarse en un barrio peligroso- le había dicho exagerando el deje de su barrio. Mel detuvo su risa y contuvo la mirada cruzada entre ambas, como si fuese maga y pudiera congelarlas en ese instante, en que ambas casi compartían aliento. Ojalá lo hubiese sido.

- Mm...te faltó rematar con nena para clavar a toda una malota- fue lo que Mel le contestó, coqueteando con ella sin complejos en ese coche. Algo que tuvo efecto inmediato en ella; la libertad. Libertad de poder acercarse a ella sin miedos y mostrando todas sus ganas retenidas en nombre de la amistad. Más cerca de ella, fue imposible no querer beber de su aliento, de sus ojos y de su boca.

- Puedo serlo- le advirtió obviando el pellizco que sintió al escucharse.

- Una malota secuestrandome, suena interesante- respondió rápido a su advertencia Mel. El roneo entre ambas era evidente y palpable. 

- Suena a más que eso- aseveró Vera cerrando las manos. Ardía por morderle la boca, hasta el estómago le rugía queriendo poseerla. Si hubiera razonado cuan posesivas eran sus ganas, pero no lo hizo, se limitó a autoalimantarlas, provocando más cercanía.

- ¿Donde me llevas?- preguntó Mel, sin ocultar que la respiración la tenía bien alterada. Ante su pregunta, Vera encogió los hombros sin problemas- Jajaja, ¿ni idea tienes?

- Al contrario...tengo infinidad de sitios donde llevarte- afirmó convencida, como la loba que abre la boca antes de llegar a su presa. Pero Mel la sacudió por dentro, al acariciarle la frente examinando su rostro.

- ¿Te he dicho que me encantas así?- pérdida en su rostro, los ojos de Mel brillaron aún más.

- Algo había escuchado...ahora larguemonos de aquí- fue su contestacion antes de pisar con fuerza el acelerador. Si hubiese sido sincera, habría contestado de otra forma. Puede que con un si suavon y ñoño pidiendo a continuación que se lo repitiese. Quizás así hubiese prescindido de las cadenas autoimpuestas, pero no lo hizo y ahora, huyendo del Madrid devastado por ella misma, sólo le quedaba el recuerdo de aquella fuga donde fue inmensamente feliz.

- ¿Sabes que no he vuelto a conducir desde que aprobé el carné?

- Vera... Eso fue hace dos años.

- Aja...jajajaja