Take a Chef 37

Y a la Chef en cuestión, es a quien encontró Mel al salir del estudio de May, con su piel estrenando tatuaje. Del dolor que aún sentía en su costado ni se acordó al ver a la Chef apoyada en su furgoneta, seguro que esperándola.

Aunque nada fácil era enfrentarla y quizás, para su corazón mordisqueado una y otra vez como carne pasada, hubiese sido preferible que la Chef se hubiese marchado hacia su; ahora mismo en este instante.

Sin saber que decir o simplemente que hacer, Mel se quedó parada a las puertas del estudio con el bolso colgando de su mano, inerte. Podía arrancarse y al menos, conseguir un roto a base de verdades. Escupirle que la amaba como creía era imposible amar, pero que no había problema y que tenía los suficientes ovarios para sonreirle una última vez. Porque si algo tenía claro Mel, es que sería su última vez. Puede que, su último ahora mismo en este instante con la Chef. No había cabida dentro de ella para una amistad limpia y sincera. Lo que había eran unas ganas locas de dejar caer el bolso y correr a por ella. Levantarle la cara, perderse en su mar azul y beberse en su boca ese instante. El después lógico e inexorable, no importaría. Pero esas ganas, si bien no fueron cortadas, si fueron apartadas. Arel dejó su coche y se acercó a ella, con las manos metidas en los bolsillos. Verla avanzar encogida y sin ser capaz de mirarla, dejó a Mel sin aliento. No quería eso, es que odiaba esos efectos en la Chef. La misma Arel lo había dicho dentro del estudio, nadie puede eregirse como rector del mundo y ella menos que nadie lo iba a hacer. Al final, puede que no hubiese una última sonrisa.

- Déjame que te lleve a casa- le pidió Arel una vez se quedó frente a ella. Si la hubiese mirado, si...nada. No había más que esperar por parte de ella.

- No- contestó y la rabia de sentir a la Chef tan parada y arrepentida pudo con ella- ¿Puedes mirarme, por favor?- desesperandose, el nudo en su garganta fue instantáneo.

- Claro que puedo- le contestó la Chef y ahí los tenía, unos increíbles ojos azules que por segundos, envolvieron sus sueños- Vamos al coche- la chef paso de las peticiones a las órdenes, para sorpresa de Mel en primer lugar y rabia después. Ya estaba bien la broma y tontería. Se acabó el si pero no.

- Prefiero ir caminando- aunque el corazón latiendole loco, no la dejó finalizar su instante. Comenzando a caminar, reconoció sentirse mareada. Su cabeza reproducía mil formas de sincerarse con Arel, pero las palabras se quedaban anudadas en su garganta, incapaces de salir. No ayudaba la opresión de su pecho ni que en una parte de su corazón, pudiera sentir hadas bailoteando idiotas, sólo por tenerla a su lado caminando en silencio. Pues bastaba ya de silencio y de nudos que no servían para nada- Fantástico, tú me acompañas ahora y supongo que después lo hago yo. Necesitas la furgoneta, Arel- de mala baba rompió el silencio y Arel se detuvo. Genial, sentirla ahora parada tras ella, todavía fue más angustioso.

- Mel- trató de retenerla la Chef, sin mucho ánimo. El que pudiera tener, se había quedado en el estudio de May, vapuleado por remordientos. Mel no le hizo caso y continuó caminando como si el suelo que pisaba quemase- Mel para- insistió frenando las ganas de salir corriendo a por ella y puede, que fuese su última vez. Porque Mel esta vez si se detuvo y extremadamente lento, se giró hacia ella. A poco más de cinco metros de distancia, con sólo verla contraída y seguro que queriendo gritarle o incluso pegarle, Madrid dejó de dormir para la Chef, como la televisión prendida en un sexto piso, paso a ser el más bonito de los faroles, cuya luz aislaba y realzaba a la rubia de y ante todo. 

- Sólo...sólo respondeme una cosa- atragantada por tanta lucha interior, Mel quiso preguntarle aquello que le carcomía por dentro. Pero no hizo falta, los cinco metros no fueron distancia suficiente para que Arel no la adivinase.

- Tú...tú eres mi ahora mismo en este instante- sin dudas y a bocajarro, le dijo Arel y ya. Ya estaba bien de arder en deseos por sus labios, ya de mojar sábanas en sueños, ya de soñar despierta y ya de aguantarse por Tam ni por nadie. En ese ahora mismo en el que Mel corría a por la Chef, sólo estaban ellas dos y una calle cualquiera de Madrid.

Los cinco metros los atravesaron en un aliento, el último dado por ambas antes de que Mel saltase en brazos de la Chef. Ni había metros, ni malabares para no caer, ni bolsos que estorbasen. Había ansias locas por llegar a la boca de la otra y fundirse en un beso, igual de ansioso, loco y enredado. Pasos a ciegas, suspiros intercambiando suspiros y ojos abriéndose buscando palpar, que ahora si...era su instante. 

Ese que Mel se bebía en los labios gruesos y carnosos de la Chef. Agarrándole la cara se amarró a ellos como si le fuese la vida. Ni siquiera el golpe que sufrió al impactar contra la furgoneta de la Chef, le hizo soltarla. Tampoco lo hizo que Arel quisiera comprobar de donde venía el sabor salado que había empapado su paladar y tampoco es que le hiciese falta abrir los ojos, para comprobar que ese salado, llegaba directo de los ojos de Mel y que enseguida, los suyos también lo emitían en lágrimas.

- Mel- llamándola ahogó las ganas de llorar. La tenía ahí atrapada entre su furgoneta y ella, toda para sí. 

- Llévame donde sea...donde sea- le pidió entre lágrimas Mel y la Chef, la noche, la furgoneta o simplemente las ansias de ambas por tenerse, las llevaron al ático y ni la puerta pudieron atravesar.

El piso del ático fue el primer testigo de un encuentro donde no primaban las palpitaciones y si las ansias absolutas de recorrer cada tramo, de llenarse de cada gemido arrancado en la otra, de volcarse en transpirar en la misma y única dirección. Al piso le siguió el chester y a éste la cama que las vio amanecer. 

Todavía sin creerse lo que estaba viviendo, a Mel le quedaban fuerzas para examinar y empaparse de cada cosa hallada en el cuerpo de la Chef. Una pequeña rama de canela tatuada en el vientre de ésta, le hizo cerrar los ojos y lamerla como si pudiese sentir todo su sabor. Que Arel se contrayera y después realzara esa parte de su autonomía le hizo gemir y abrir la boca, queriendola suya.

- ¿Sabes como la conseguían antes de descubrir que la daba un árbol?- gozando de las caricias de Mel, Arel le habló de esa ramita de canela, hoy día común pero no así en otras épocas- Las gentes de aquella época, creían que sólo las aves tenían acceso a ella. Por eso sacrificaban animales, los llenaban de piedras y los portaban hasta las grandes y elevadas montañas donde vivían las águilas. Allí esperaban que el águila bajase a por su presa, la subiese a su nido y por el peso al dejarla caer en él, los palitos y ramas de canela cayesen desde lo más alto- como siempre que hablaba de algo culinario, la Chef se dejó llevar y por ella hubiese seguido, pero Mel había dejado de morderla para mirarla con una ceja alzada y una cara la hostia de bonita- Ehm...adoro la canela- se explicó antes de ronear gustosa por el nuevo muerdo de Mel en esa ramita.

- ¿Más que el chocolate?- desinhibida y dueña de ese instante, Mel no desaprovechó la ocasión de apurarla. Pero ni caso, la sola sonrisa de Arel ya le había dado su contestación antes de que ésta le dijese y buscando ese chocolate mágico, fue que Mel volvió a trepar por el cuerpo de la Chef caminito a su boca.

A la madrugada tiene costumbre llegarle la mañana y ese día no fue distinto. Para cuando los rayos de sol llenaron la habitación de la Chef de luz, ambas dormían amparadas en su ahora mismo en este instante. Olvidando que la vida no se había detenido. El primer toque de timbre en el ático no fue escuchado por ninguna, tampoco el segundo, ni el tercero. No fue hasta el cuarto que Mel despertó y tuvo que haber un quinto, para que cansada y todavía medio dormida, fuese a abrir con sólo la sábana superior cubriendo su desnudez. Despreocupada y feliz, abrió la puerta como si nada y al hacerlo, despertó de golpe.