Take a Chef 11

- Yo...porque me prometí recuperarla y éste no es precisamente el buen camino para hacerlo- sentenció Mel hundiéndose en el sofá. Ese que a pesar de sus palabras, extrañaba a la Chef. Y a más se hundía Mel, más claro quedaba para Arel.

- Ok. No tienes más que decirme- concluyó Arel y en dos pasos, lo tenía todo listo para marcharse de Mel y su sabor, sin que ésta nada hiciera para evitarlo.

Fuera del pequeño apartamento de Mel, a Arel les esperaba el frío de la madrugada y la soledad anexa. Buenos compañeros de viaje sin duda, después del zarandeo emocional que acababa de recibir por parte de Mel. Sin ningún sueño y con mil pensamientos distintos ocupando su cabeza, no cogió ningún taxi prefiriendo patearse la ciudad, sin un rumbo claro. Desde que conociera a la rubia, nada le había exigido y su pareja o ex pareja o lo que diablos fuese, no había sido ningún problema. Metidas en su círculo esa mujer no existía como tampoco existían los problemas de trabajo o de otras rutinas, pero esa noche Mel había roto el círculo y al final, las más perjudicadas habían sido ellas mismas. Por lo menos así lo sentía la Chef caminando a deshoras por un Madrid que dormía. Mel no había entendido su forma de ver la vida, de beberse directamente cada buen pedacito de felicidad que ésta pocas veces daba sin pensar, más que basándose en el dulzor con el que atraviesa la garganta y se instala en el corazón. Y tampoco es que pudiera reprochárselo, ni pensara hacerlo. Sin prácticamente darse cuenta, sus pasos la llevaron al Mercado de la Paz, allí donde Madrid comenzaba a despertar a ritmo de camiones descargándose para tener todo el producto listo cuando el resto despertase. Era curioso que su visita a ese mercado esa madrugada, coincidiera con la primera visita que hizo nada más aterrizar en Madrid, hacía ya casi un año. Uno de los cinco mercados de abastos más importantes de España. Alma, nervio y corazón, desde que se crease en 1883 con sus impecables puestos y un ambiente acogedor, ofrecía a su clientela un amplio abanico de productos de la mejor calidad. Mel en su día le había preguntado a qué olía España y ahí, en ese mercado tenía la respuesta. Todavía cerrado para el público lo encontró Arel y no le disgustó, más bien al contrario. Aprovechándose de ello, se coló por donde los repartidores trabajaban a esas horas a destajo y pronto tuvo que sonreír al reconocer al grueso pescadero, Manuel.

- Cada día madrugas más, morena de mis amores- la piropeo el agradable fortachon de mediana edad y la chef no dudó en acercarse a su camión. Sin nada mejor que hacer, se arremango dispuesta a ayudarlo a descargar la mercancía de esa mañana, pero el buen hombre no la dejó, haciéndole sentarse con él en la caja del camión. Castizo de la vieja escuela, espero con cierta chulería que la francesa algo le dijese, pero Arel nada dijo- Muy callada vienes hoy.

- Tengo poco que decir- encogiéndose de hombros le contestó al hombre, sin dejar de sonreír al verlo sacar un termo, seguro que con aromático café.

- Mejor...a mi me gusta tomarme el café callado- le dijo éste y al poco ambos reconocían que habían mentido, porque enseguida el hombre halagó el fresquisimo pescado y marisco que había conseguido para el mercado esa mañana y los dos, alargaron con taza de cafe en mano, la conversación hasta que Arel se hizo con el mejor rape que llevaba el buen hombre- Espero que te acuerdes de éste viejo y su café, cuando te den tu primera estrella Michelín- bromeando el hombre quiso hacerla sonreír y volvió a conseguirlo.

- No buscos estrellas- le confesó Arel totalmente sincera, ganándose un apretón del hombre. Era tan jodidamente agradable sentirse arropada por sus grandes brazos, que la nostalgia parecía escaparsele entre ellos.

- Jajaja, tienes mucho peligro tú. Siempre me han encandilado las almas misteriosas y tú guardas muchos misterios detrás de esos morritos rojos- volvió a halagarla y caminando de vuelta a casa, cargada con la compra del día para su cocina, la Chef tuvo que consultar a que se refería el buen hombre con ese "morritos" empleado. Si algo debía destacar de España en el tiempo que llevaba viviendo en ella, en primer lugar pondría su cocina y tras ella, lo grandioso de un lenguaje del que siempre estaba aprendiendo algo nuevo. Al Mercado le siguió la panadería y no pudo resistirse a alargar el amanacer hasta que serían más de las nueve de la mañana cuando regresó a su casa. Acostumbrada a no medir el tiempo, tras la ducha y tras sufrir una nueva decepción al no encontrar nada de Mel en su móvil, decidió que podía dormir algunas horas antes de empezar a pensar en la reserva que tenía para esa noche. Y bien que pensó en sólo horas de sueño, porque apenas tres horas más tarde el sonido del timbre de su ático la despertaba y todavía adormecida, abría la puerta con sólo una camiseta ancha de tirantes cubriendo su desnudez, encontrándose a Vera al otro lado.

- Ehm....vaya, siento si te desperté, debí llamar primero.

Curioso, había concluido su día en la mañana del siguiente pensando en Mel y ahora despertaba al borde del medio día con la mejor amiga de ésta en su puerta devorando la desnudez con la que le había abierto.