112- Emergencias 28

-Iba a besarla, iba a hacerlo...joder- fue el pensamiento que atenazó a Marina, durante todo el trayecto hasta la casa familiar de Inés. Podía engañarse o podía tomar consciencia, como hizo. Si Encarni no hubiese entrado llamando a Inés, la hubiera besado y lo hubiese hecho con todo. El llamado de Encarni no era más que para pedirle las llaves de la casa, a la que ahora se dirigían, con la intención de prepararla para alojar a las personas más cercanas a la familia. En esa casa, esperarían las horas necesarias para recoger las cenizas de su madre. La cariñosa y afable Encarni, aquella que le mandó su foto por correo, conducía sin dejar de hablar a la Tía de Inés, que en el asiento trasero, parecía tan pérdida como ella.

Con Inés saludando a unos y otros agradeció a Encarni el ofrecimiento de acompañarla. Así por lo menos sus mismas entrañas descansaban de la imagen de Inés. Sonriendo a las visitas, aguantando estoica mientras su hermana, estaba en paradero desconocido. La propia Encarni fue quien la tranquilizó en este aspecto.

- Karla es distinta, más escurridiza y más rebelde. Cuando le detectaron el cáncer a Carmen, parecía que era de las dos quien mejor lo estaba encajando, después ha demostrado que pese a ser la de aspecto o talante más fuerte, en realidad solo es la niña que perdió a su padre en un terrible accidente y la misma niña, que ahora pierde a su madre. Ines, pues...bueno, le tocó ser la fuerte en aquellos tiempos y mira, volvió a tocarle de nuevo. Ya has podido verla, sonreirá aunque por dentro se esté muriendo- estas fueron las palabras de Encarni. Palabras que a Marina le caían directamente dentro. Pájaro loco, el pseudonimo de Inés y como su madre la llamaba cariñosamente. De un pájaro se espera alegría, de uno loco, se espera además que amenice burlón.

Aceptando ir a la casa, en teoría para ayudar, Marina sabia que estaba aceptando adentrarse en el pasado de Inés. Con sus luces y sombras. Un viaje gratuito que le ayudaría a entender ciertas cosas de Inés. Nada más abrir la gran reja y que el coche se introdujera en la gran parcela arbolada, llamo su atención la enorme casita colgada de un inmenso árbol. La gran parcela, de tupido césped y árboles frutales, le pareció encantadora y de vuelta a la casita del árbol, tuvo que recordarse su edad. Por ella saldría del coche directa a subir a la casita.

- Te gustó la casita- la sorprendió Encarni, frenando el coche. Normal, si no le había quitado la vista desde que entrasen.

- Si esa casita hablase, madre mía- escuchó a la Tía de Inés, quien parecía recuperar el habla. Al menos algo dijo, antes de salir del coche y adentrarse en la casa, sin ninguna muestra educada.

- Ni caso- le digo Encarni quitando hierro a los modales de la Tía de Inés- Cuanto más mayor se va haciendo, más insoportable. Venga, sube a verla y ahora entras- la animó a visitar la casita y Marina no pudo negarse. Se moría por subir a esa casita, llevada por la curiosidad. Era la oportunidad perfecta para sumergirse de lleno en Inés, la casita, su habitación y cualquier estancia, que le hablase de ella. Con nervios de colegiala, subió las viejas escaleras de madera, sin poder saber, lo que hacia años, ocurría en esa casita.

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Cuando Inés se ponía testaruda por un capricho a su pobre padre no le quedaba otra, que consentirla aunque no estuviese muy de acuerdo. Nada creyente en el tarot, magias o brujas que adivinan futuros, acepto colgar las cuatro cartas del tarot que Inés se había empeñado en poner, en una de las paredes de la casita. Como no hacerlo, si su hija lo miraba alinearlas totalmente ilusionada.

- Mi chica no puede creer en estas tonterías- la picó causándole una risita nerviosa- Dime que significan, anda.. Díselo a Papi- meloseo, consciente de que Inés, a poquito que la apretase mimoso, le soltaría todo. Pero su hija aguantó como pudo.

- Jijiji, no seas así...cuando se las enseñe a Mami...os lo digo.

Después de varios intentos y de varias correcciones de Inés, las cuatro cartas quedaron sujetas de la pared. Su padre las miró una a una; un águila real, la imagen usual dada a la muerte, una bella mujer y el cuarteto lo terminaban Adán y Eva sobre una nube. Las cuatro cartas en conjunto lo inquietaron, pero se rió de su propio temor.

- Listo...llama a Mami- le pidió a Inés, quien enseguida regreso junto a su madre y su hermana pequeña. Carmen fue ver las cartas y buscar la complicidad de su marido. Roberto se encogió de hombros sonriendo y Carmen negó con la cabeza. Ese par le solía dar importancia a cualquier cosa.

- Ayyy...estoy nerviosa, pero os lo voy a explicar. Son las cartas de mi tarot y ahora, si estáis atentos conoceréis mi futuro- la pomposidad usada por Inés, hizo reír a sus padres en tanto su hermana se cubría la boca queriendo saber más. Cuando Inés los vio expectantes, atajo a lo más importante que se leía en esas cartas- Me casare con una mujer de enoooooormes bufas. Jijiji, ¿a que es guay?

- Inés- su madre corrió a regañarla. La pre-adolescencia en su hija estaba haciendo estragos y sin duda aumentaba su ocurrencia. Roberto en cambio, se echó a reír y su hermana, entrecerró molesta los ojos. No había ninguna niña, en esas cartas.

- Os lo explico mejor- ilusionada como estaba, Ines continuó en las cartas, no leyéndolas cómo si lo hacía Carmen, un tanto temerosa- El águila, es que seré piloto como Papa- prosiguió señalando cada carta con su ingenua explicación-...pero eso ya lo sabíamos...la carta ésta tan fea no se que es, la mujer me dijo que cuando sea más mayor vuelva a verla y me lo dirá, ésta otra es mi esposa de grandes jijijij

- Inés- la nombró paciente Carmen sin necesidad de escuchar más bufas.

- Y esta sois vosotros, como Papi es piloto estáis siempre en el aire, conmigo- concluyó aplaudiéndose ella misma. Las cartas eran lo más y le aseguraban cumplir sus sueños. Cruzar el cielo en pájaros de hierro y una mujer, de generoso pecho.

- ¿Y yo que, hermanita?- le preguntó Karla no entendiendo como ella no estaba en esas cartas que tan ilusionada, tenían a su hermana.

- Ah.. ¿Tu? Tu ya veras- ni corta ni perezosa, arrancó la carta de la muerte, tirándola al suelo- Mañana ponemos una foto tuya ahí, siempre conmigo.. Claro.

Su apaño para que todos figurasen, lleno de orgullo a su padre y congratuló a su hermana. Carmen en cambio se quedó mirando la foto de la muerte, tirada en el suelo, sintiendo un fuerte escalofrío. Roberto al verla, hizo como había hecho con su hija, quitarle importancia a unas engañosas cartas.

- No me seas tontita, no significan nada- le dijo cogiendo la carta. Más tarde la rompería.

- Jijiji, ahora es cuando Papi la besa fuerte y Mami ríe...yo a mi mujer, la besaré toooodo el tiempo, lo se...aunque no lo digan las cartas.

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Vivencias que Marina desconocía, a pesar de que esa casita,  le estaba pareciendo sumamente acogedora. Podría quedarse horas, revisando cada objeto o detalle colocado en ella, pero estando tan reciente la llamada de Inés, la noche anterior desde esa misma casita, prefirió abrazarse mirando el trozo de moqueta, ocupado por un saco de dormir y una almohada. La misma casita donde Inés había asegurado querer hacerle el amor. Ahora podía imaginarla tumbada en esa casa, hablando con ella. Ahora Inés tenia rostro y cuerpo.

- Joder- exclamó sonriéndose. A ese punto, estaba por acostumbrarse a la variedad de emociones sentidas. De pronto sensación de hogar, de pronto el deseo y de pronto, el recuerdo desconsolado de porqué estaba ahí.

Con pereza abandonó la casita y propio de la sierra, al bajar notó cómo el tiempo había empeorado, anotándose aprovechar la estancia en la casa para llevarle algo más abrigado a Inés. Con cierto reparo entró en la vivienda, notando como Encarni ya estaba habiendo café. Guiada por el olor, se adentró en busca de la cocina y al llegar a unas amplias escaleras, soltó un grito. La Tía de Inés parada en ellas, le asustó.

- He tenido más suerte que mi sobrina, te he conocido al día siguiente de saber de ti- habló la mujer sin disimular la sonrisa que le había causado el grito de Marina y ésta respiró hondo. La mujer no le estaba mostrando mucha simpatía.

- No creo que sea apropiado, nombrar a la suerte en una situación así- se repuso a la evidente hostilidad de la mujer y tuvo que morderse la lengua, al verla reírse.

- Jajaja, bien...me gusta que tengas aguante- se divirtió Susana, Tía de Inés con la especial visita- Sube a la primera planta, habitación de la derecha.. Hazme el favor y le coges algo de abrigo a Inés, la noche será fría- le pidió aunque sonó más a orden, viendo cuanto aguante real tenia Marina.

- Iba a hacerlo- respondió Marina con absoluta seguridad. El brillo travieso en los ojos vivos de la mujer, la invitó a ello.

- ¿Si? Pues venga- prosiguió Susana en su línea. La chica mantenía el tipo, y eso le iba atrayendo sin dudar.

- Ya voy- nuevamente respondió Marina acercándose a las escaleras. En otras condiciones, la graciosa Tía recibiría otras palabras.

- Eso es...- continuó molestándola Susana, en un extraño juego, que iba a terminar. Encarni había aparecido en la puerta de la cocina.

- Si me deja pasar, lo haré... - le rebatió Marina con la intención de subir antes de decirle cuatro cosas- A Karla, ¿también?

- Agh.. Me empiezas a gustar. A Karla también, habitación de la izquierda. Aunque estoy segura que las reconocerías sin saberlo- le contestó saltando desde las escaleras ante el asombro de Marina. Quien subiendo las escaleras pudo escuchar a Encarni, regañándola.

- Susana...deja de asustarla

- Solo la probaba. Madre mía Encarni, que estamos solas.

- Anda ya..

El rumor de la conversación de ambas comenzó a ser lejano para Marina. Subiendo las escaleras, volvió a necesitar calor. El aroma de la casa, el presente fallecimiento de la madre de esa pequeña familia, la ausencia con ella de padres e Inés, y su imaginación trabajando a cada paso dado por ella, la sumergieron en una melancolía, que acabó en dolorosas lágrimas, cuando en la habitación de Karla, un recorte de prensa, la sacudió por completo. Una Inés de no más de quince años, recibía la bandera de España en sus manos. Bajo la fotografía y entre lágrimas, pudo leer: La hija del Comandante  Roberto Montesinos Yunque fallecido en servicio, recibe la bandera de manos del Rey de España.

Tras leerlo volvió a la imagen, Inés mostraba la misma postura que tenia al abandonar el tanatorio. Rígida y con una mínima sonrisa y al fondo, pudo apreciar la figura de su madre, rota en dolor abrazando a Karla. Con el pecho encogido, llevó la mano temblando hasta la figura de Inés. La chica ocurrente y la graciosa incansable, había aprendió a sonreír pese a todo, demasiado temprano. Acariciándola cedió al impulso de llamarla desde ahí mismo, era eso o salir corriendo hasta el tanatorio con la intención de abrazarla hasta romperse.

- Marina...- contestó Inés en pocos tonos- ¿Todo bien?- se interesó extrañada por la llamada de Marina.

- Si...- le contestó Marina en un suspiro, tratando de que Inés no escuchara su llanto- Solo...solo quería saber que quieres que te lleve de abrigo.

- Estoy bien...no hace falta- le indicó Inés reconfortada con sólo oírla. Pero sonó tan condescendiente, que desató a Marina, tocada por lo aprendido en su corto recorrido por su pasado.

- No lo estas, Inés....no lo estas, no puedes estarlo...¿si? Conmigo no, conmigo no sonrías como si nada. No lo hagas, ¿si?

Como no hacerlo, si era lo que siempre Inés había hecho, justo esa habitación donde ella se encontraba, la de Karla, sabia mucho de sonrisas forzadas.

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Nuevamente un grito de su hermana pequeña la despertaba en mitad de la noche. Ante el primero, Inés reaccionaba siempre igual, tapándose los oídos.

- Papi....Papi ven conmigo, Papi- gritos en medio de un llanto, el de su hermana que le paralizaba el corazón. Noche tras noche, pesadilla a pesadilla, su único escudo era una almohada, que a los siguientes sollozos no podía soportar su llanto y acababa por compartirlo y por hacerla bajar de su cama, para ir hasta la de su hermana. La misma que continuaba entre sollozos- Papi vuelve, vuelve conmigo.

Su padre no podía volver y los brazos de Inés, eran su único consuelo.

- Ya está hermanita. Sush...- trataba de calmarla cómo bien podía, evitando que el llanto llegase a oídos de su madre. Escucharlas a las dos, sería insoportable- En las alas, está en las alas con nosotras. ¿Y sabes que hace ahora? Vuela sobre nosotras.

- ¿Tu crees?- la pregunta de su hermana, era la luz que le indicaba la salida. Bastaba sonreirle y crearle una ilusión.

- Si...y ahora vamos a salir verlo. ¿Quieres?

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Otros tiempos que competían en dolor con el presente. Tras su petición, Marina se dejó guiar por Inés, llegando a su habitación con las mismas alas colgadas en el techo, como lo estaba su cama.

- Jajaja, ¿también duermes en el aire?- le preguntó riendo, mientras se limpiaba el rostro de las lágrimas que parecía no cederían, menos en esa habitación que tanto le estaba gustando.

- Huy...en el aire hago yo de todo, nena- la contestación de Inés, como siempre les pasaba creaba un hilo excitante que a Marina, le hacía mojarse los labios de inmediato. Pero para Inés, había algo que esconder de esa habitación- Y no vayas a cotillearme la habitación.

- Ah...no puedes evitarlo- prosiguió la broma Marina, sin saber por donde empezar.

- Detrás de la puerta, no...por favor. Tengo una imagen que cuidar- le advirtió Inés en su habitual tono gamberro. Y no le hizo falta más a Marina, para acudir justo a esa puerta. Tras ella, un póster a tamaño real de Pamela Anderson y sus enormes bufas. Viéndolo Marina retuvo una nueva carcajada.

- Cariño...es pura silicona, ya te enseñaré yo, lo que es un pecho de mujer- musitó a conciencia modulando la voz. Ella podía ser la sonrisa de Inés y lo consiguió.

- Auch...quema- respondió a su susurro Ines, sin poder saber que esa puerta se abría y Marina al momento, reconocía a la mujer que aparecía tras ella.

- Si, lo hace...tengo que dejarte, ahora nos vemos- se despidió Marina sin ninguna gana de que esa mujer escuchase su conversación. Mujer que a brazos cruzados, esperaba tranquila a que colgase la llamada. Una vez lo hizo, Marina atacó primero en un curioso reto velado- Ya me extrañaba que no aparecieses.

Ellas en la primera planta y en el bajo, Susana y Encarni, mirando las escaleras por las que la mujer acababa de subir.

- Pelea de gatas- apuntilló Susana ácida.

- Anda ya..y oye...¿la amiga de Marina donde está?