Que
sabe nadie, de mis secretos deseos, de mi manera de ser, que sabe
nadie. Porque nadie lo puede saber. No, no continúa así la canción,
pero podría hacerlo si esa canción, hablase de Candela. Ser una
niña, llegar a un Cortijo, entregarse por completo a una mujer de
las de antes. Mujer de pies a cabeza, mujer capaz de embrujar a la
misma luna, tejiendo bajo ella. Candela había rozado la gloria,
mojaita en un río, y siendo aun niña, se la robaron sin ningún
sentido.
Largos
años de duelo, auto encerrada en el Cortijo de tan divina mujer,
rehuyendo a toda moza, mocita, o casada. Ni olerlas cerca había
querido y ahora, en ese coche que la llevaba de vuelta al Cortijo, le
habían metido a una mujer contestona, con genio y guapa a rabiar.
Normal que Candela mirase por la ventana sin querer saber de nada y
de nadie.
Pero
no iban solas, no. Con ellas iba Paco y la cuadrilla de la maestra.
Mozos de alegre vivir que en cualquier detalle, buscan la guasa y
más, si viene con nombre de mujer. Ninguno de los cuatro dejo de
prestarle atención a la doctora camino al Cortijo. Que si va usted
bien, que si le paso la bota vino, que si quiere parar a un café...no
falto nada para ofrecerle y no faltaron guasas con las irónicas
contestaciones de la guapa mujer.
Con
la misma guasa que ellos gastaban contesto a sus ofrecimientos, sin
perder de vista a la misteriosa maestra del toreo. Su semblante serio
y maduro, curtido a base de pena, le hacían parecer el cuadro mas
atrayente que pintase Goya. Sus largos y ágiles dedos, cuarteados de
sol y campo, hablaban lo que su boca callaba. Lineas de vida, la
misma que mostraban el contorno de sus ojos, unos ojos embrujados por
un querer robado, que le daba un tono arisco, difícil de ignorar.
La
maestra podía mirar por la ventana, queriendo que los kilómetros de
distancia volasen y llegar así a su guarida. Refugiarse frente al
gran cuadro de su Madrina, pintada de mantilla, matita recogida y
rosa roja presidiendo su hermoso rostro. Mirarla hasta desgastarse
por dentro y huir al mundo de los sueños, donde escuchaba su
amoroso: Mi niña Candela. Pero, el ayuno auto-infligido, las largas
piernas de la doctora, su manera de cruzarlas y su voz castigaita de
tabaco, eran demasiado para unas ganas encerradas a la fuerza.
Cabreada por verse buscándola en el reflejo de la ventanilla, dejo
de mirar la tierra árida por la que circulaban.
-
Paquillo, dame de beber- pidió su bota de vino y Paquillo, la miro
para después mirar a la doctora sin saber que hacer.
-
Nada de alcohol- hablo la doctora guardando la esperanza de que la
mujer se dignara a mirarla, pero Candela la omitió con guasa, como
su cuadrilla.
-
No va a dar calor, la madriles- se quejo provocando la risa callada
de su cuadrilla. Ahí estaba su maestra, ellos si conocían el brillo
juguetón que mostraban los ojos de Candela- Y dame un protector, que
dolor de estomago, también me va a dar.
-
El protector ya lo ha tomado, era una de las cinco pastillas que ni
miró- contesto la doctora sin amedrentarse y la cuadrilla disfruto
de lo lindo, del duelo entre ambas mujeres- Digo yo, que en el campo
rodeada de toros, sera menos ingenua.
-
Dos buenas piernas, acompañadas de mejor palabrería, tie prometedor
futuro en el Cortijo- dijo Candela guiñando un ojo a los mozos de su
cuadrilla.
-
De ese Cortijo, solo y únicamente, me interesa su milagrosa, como
torera, recuperación- se lanzo a matar, consiguió herir de muerte y
se alzo con las dos orejas de la pobre Candela. Aquella niña, hoy
mujer, que ahora si, se giro a mirarla.
-
Decía una copla- dijo Candela, privando de nuevo a la doctora de su
mirar- Abrirme de par en par la puerta de los chiqueros- cantó
cerrando los ojos- que yo quiero torear como Belmonte y Granero,
fandango por molinete, y un pase por solea, una serrana de pecho- se
quebró su voz y quebró con ella, el silencio que su cante había
propiciado. Paco sonreía pensando en su madre y lo mucho que le
gustaba cantar y no pudo continuar Candela, al pronunciar ese
serrana.
-
El toro se va arrancar- prosiguió su apoderado quitándose la
gorrilla por María Eugenia y rozo la rodilla de la doctora,
pidiéndole paciencia- Ay que el toro se va arrancar. Candela de mis
entretelas, ¿tu te acuerdas cuando con tres costillas rotas te
fuiste a separar las crías de las vacas? Una de tantas locuras, que
puede llegar a hacer un torero. No espere de ella, más que la
bravura y cabezonería de la que esta hecho, todo torero- bajo la voz
para que solo la doctora lo escuchara- Son de goma y unos bravucones,
pero luego es todo postureo y no hay uno solo en este coche o en el
Cortijo, que no la vaya a recibir como merece- termino ganando la
seria mirada de Candela, a la que él, ni caso hizo- Hubo un tiempo
en que la maestra, piropeaba a todo aquello que llevase faldas-
prosiguió para todo el coche y los mozos pronto quisieron saber mas-
Mocita, ten cuidado con tu caminar, que los caminos se llenan de
flores, solo pa verte pasar...- recito entre las risas de los mozos y
la sonrisa de la doctora- Candela, no te me duermas que te tocan
veinte pastillas mas- le dijo guason y esta vez si, Candela le sonrió
para después recostarse en su asiento, dispuesta a dormir- No era
nadie, mi Candela.
Que
sabe nadie, como nace la atracción, como te nace de dentro y más y
más quieres saber. El gusanillo por Candela, se instauro en los
adentros de la doctora, y que corto se le hizo el viaje con las
historias de una novillera sin picador que llego a un Cortijo,
soñando con tardes de gloria.
Noche
era, cuando Paco hizo detener el coche y acompañado de Candela, se
bajo de él, ante la extrañeza de la doctora.
-
A las puertas del Cortijo- se lanzo a explicarle el apoderado- Hay
dos grandes monolitos. Uno es del Maestro Pavillas vestido de torero
y otro, el de la señora de estas tierras, Doña Maria Eugenia.
-
A Candela le gusta recorrer el ultimo camino a pie y presentarle sus
respetos de la mano del hijo de ambos, Paco- prosiguió uno de los
mozos sin saber que la doctora se había quedado enganchaita a la
sonrisa con la que Candela miraba el monolito de tan espectacular
mujer.
Sonrisa
como aquellas que le regalaba en vida a María Eugenia, así sonreía
Candela al monolito de su serrana.
-
Ya me ties aquí de nuevo- dijo bajando la cabeza y Paco la cogió
por los hombros- Y ya está tu hijo queriendo darme quebraderos.
-
Jajaja- rió Paco ayudándola a caminar. Sabía de sobra los pasos,
ahora pasarían por el monolito de su padre y Candela bajaría su
cabeza al ritmo de un cargado de agradecidecimiento;"Paco".
Repetidos los mismos pasos que daban al regresar al Cortijo, Paco no
la soltó, queriendo hablar con ella- Supongo que te sería más
fácil, sino fuese tan guapa- no mencionó a la doctora, porque a
ninguno le hacía falta mencionarla para saber de quien hablaban.
-
Tu madre ahora, te daría un buen azote. Una mujer es más que una
cara bonita- lo corrigió queriendo huir de la nueva paliza por la
doctora- Y no es tan guapa- sonrió divertida y hasta le dio, para
golpear el estomago de Paco.
-
Ahora si que mientes- contestó contraído por el cariñoso golpe,
Paco- Es guapa y tie carácter. Eso todavía te lo pone peor.
-
Pa,las cuentas que voy a echarle, me da igual- insistía Candela,
pero la vista se le iba a lo lejos. Allá donde la doctora bajaba del
coche atendida por todos.
-
Muy bien...no le eches cuentas sino quieres, que tampoco es que la
mujer se haya mostrado interesada en ti- golpeó Paco sonriendo por
dentro. Candela seguía teniendo su orgullo- Pero hazme el favor, de
no molestarla ni buscar discutir con ella.
-
Que me deje tranquila y ya está- detenía sus pasos Candela, para
mirar a Paco- Y no es guapa- buscaba molestarlo con el bueno humor
que el olor a romero y albahaca, le daban. Aunque era menos, del que
le proporcionaba pisar esas tierras.
-
Jajaja, repitelo mucho a ver si así, consigues que no lo sea. Se nos
va a llenar el Cortijo de pretendientes. Dicen las malas lenguas, que
anda soltera.
Y
la soltera de la que ambos hablaban, abrazaba en esos momentos a la
joven mujer de Paco. Una niña de apenas veinte años, madre de tres
renacuajos, que por cada poro de su piel, gritaba lo buena niña que
era. Imposible así, que la doctora no congeniase con ella y que
fuese con esa niña, con quien compartiese sus primeros días en tan
glorioso Cortijo.
Y
fue esa misma noche, que la Doctora contempló el ritual que Candela
repetiría cada día en ese Cortijo. Cuando todo el Cortijo dormía
en un embriagador silencio, Candela salía dirección a las viejas
casonas y en el resquicio de una ventana, se apoyaba durante largos
minutos. Era el único tiempo, que la doctora disponía para verla
tranquila y a sus anchas. Apoyada en un quicio, la imagen que desde
la ventana tenía de Candela, le decía más que cualquier
conversación mantenida con ella.
Pero,
la doctora no caía, en que estaba en un Cortijo, donde todo, se
termina sabiendo. María Mercedes desde su silla, una de aquellas
primeras noches la sorprendió espiando a Candela. Fiel a su estilo,
María Mercedes guió en silencio su silla hasta la ventana donde
estaba la Doctora.
-
Cada noche se baja a esperar a mi hermana- rompió el silencio y su
forma de mirar o más bien admirar a Candela estremeció a la mujer-
Dice que la ve pasear como antaño lo hacía- termino de decir y como
la doctora, se quedó en silencio mirando a Candela.
A
ninguna le incomodó el silencio ni la presencia de la otra. María
Mercedes, porque desde su silla y su propio silencio, veía más que
el que mucho se mueve y habla, y la doctora, porque María Mercedes
le imponía un natural respeto. Sería por ser hermana de quien era,
sería por la calma que en cualquier momento transmitía o sería,
porque esa mujer lo imponía a todo el Cortijo, incluyendo a Candela.
-
Puedes mirarla cada noche intentando descifrarla- volvió hablarle
María Mercedes antes de rodar su silla camino a su habitación- pero
te sera más fácil, leyéndola- prosiguió dejando la caja que
portaba en sus piernas en una mesita- Aquí está, la verdadera
Candela, la niña los picos- no dijo más y falta no le hizo. La
doctora buscó sus ojos y en su silencio, acepto las gracias de quien
ansiosa no pudo esperar para abrir la caja.
Fardos
de cartas amarillentas sujetos por viejos lazos. Entre sus manos, las
cartas de una niña Candela a su madre.
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Con
mi propio puñal me dieron muerte y muerta le escribo este presente.
Tenga
a bien mediante esta carta entender, que su hija no fue herida de
muerte, pero muerta en vida quedó, cuando entre sus brazos se
marchito, la rosa más bonita que ningún Cortijo dio.
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No
había sido buena idea empezar por las más recientes cartas.
Desvelada por el tesoro que en sus manos tenía, la doctora consumió
su noche, navegando por los sueños de una joven novillero y su
eterno amor, por una serrana de negros ojos y piel tostaita como el
café.
Que
sabe nadie, como miraría a Candela, ahora que si, había leído a la
niña los picos. Que puede saber nadie, cuantas emociones vivió esa
noche leyéndola y que puede saber nadie, si ni ella misma sabía,
que tenía esa Candela para atraparla entre sus sueños.
Parece que nuestra Candela poco a poco va cediendo
ResponderEliminara la impertinente doctora...ella no lo sabe..pero es asi..
Se le nota cuando se fija en esas piernas larguisimas
... seguramente de infarto...es un buen signo..esta viva..
La doctora ''tie'' caracter..y la niña torera ya flaquea...
la ve incluso guapa..sin quererlo reconocer..claro...
Y aunque repito que...como M.Eugenia ninguna....esta mujer me
gusta...me gusta su caracter y su valentia para enfrentarse
con esa torera herida por ese amor y por esa mujer de Luna
Unica e irrepetible...pero la vida no se detiene y el ciclo continua...
Que decir Gemo...que escribir...lo mismo de siempre...
Que me encanta y que..como escribes escritora...uffff
Divina-Wilson