jueves, 7 de noviembre de 2013

Acelera, un poco más...25


Entre recuerdos, de lo vivido en apenas horas, de nuestra peculiar forma de conocernos, de nuestra escapada a otra realidad paralela y de las horas que pasemos rodando en una minúscula cama, llegó la media mañana, con su sol en todo lo alto, con el bullicio en la calle y con mi derrota anticipada.

Así, la sentí despertar entre mis brazos y así, fingí dormir.

Estiró su cuerpo bajo mi mano y no se si fueron mis ganas, pero ronroneo como una gata. Un gemido desperezándose y ahí, comencé a crujir.

Beso mi mano y con cuidado salió de la cama. Me cubrió con la sabana que yacía en el suelo y pude verla de espaldas, cogiendo su pequeño bolso, con el que se fue al baño.

Escuche el agua de la ducha caer, como si en verdad, estuviese a miles de kilómetros de esa habitación y tras la ducha, llegó aquello que tanto temía.

Lucía hablaba bajo, obvio mediante el móvil.

Ventajas o desventajas de estar apaleada, te conviertes en un ser extrañamente dual, mitad frágil, mitad fuerte y lo peor, le coges gusto a tus desgracias y te recreas en ellas.

Intentando escucharla, me faltó sólo murmurarle a mi madre, ya en la habitación subiendo las persianas.

- No son buenas para mi, siempre acaban haciéndome daño.

- Parecía distinta, esta chiquilla.

- Al final, como siempre, me quedas tú.

Pero mi madre no estaba en mi habitación, sólo lo estaba en la parte de mi conciencia que se antepone al dolor.

Me gire en la cama, olvidándome de fingir nada y quede mirando el techo. Que frío sentí mare.

Al poco la voz de Lucia se fue haciendo más clara. Estaba discutiendo y elevó la voz.

Mare mía, como temblé de frío.

- No, escuchame tú a mi. No se como te presentas ahí y menos, como aún me recriminas que no este allí, te dije quería unos días.

Cuanto más clara la escuchaba, más temblaba y más ovillo, me hacía en la cama. Cuanto hubiese dado por evaporarme de ahí, de esa cama donde invente un mundo, sólo para ella.

- Llegaré cuando me de la gana...vas a conseguir que te cuelgue.

Encajaba todo a la perfección, un guión clásico para la típica película. Dos tías que se conocen en Roma, se encierran en un Hotel y a la mañana siguiente, cada una sigue su camino. Yo no estaba en Roma y mi niña morena no es rusa, es un muy bonito producto español, de la que no puedo despedirme soltando su mano, mientras sonrío.

Me pasa siempre, cuando un sueño es tan bonito, no quiero despertarme de él y si lo hago, quiero soñar con el otra vez.

- Vale, si quieres quedarte ahí esperándome, hazlo. Yo ahora mismo no puedo ni quiero seguir hablando contigo.

No dijo nada hiriente y no supe verlo así. Anteponiendome al daño, lloré hasta que enfadada por mí eterna mala suerte, me levanté de la cama, dispuesta a terminar el sueño con dignidad.

A menudo uno no es consciente de la imagen que transmite. Es por Bea, mi amiga y confidente, que se que la mía, enfundada en chupa de cuero, jeans, camiseta y moto, es la de la típica rockera chunga, que toda madre no quiere para su hija. Si le unes un careto de mala hostia, que no es más que una máscara con la que esconder tú fragilidad, obtenemos la imagen que esa mañana vería de mi Lucia.

Me dio igual si había terminado su conversación o no, desnuda entre al baño y ni quiera la mire. Me rompería un poco más ahí dentro si la miraba. Directa me colé en la ducha, ante la supongo sorpresa de Lucia.

- Eh...buenos días, ¿eh?

- Buenos días- contesté a su saludo sintiéndome cada más pequeñita. Quizás ella quería normalidad, pero a un nuevo crujido, yo no podía dársela. Claro que, olvidé que Lucía no es de quedarse callada ni quieta. Y no con muy buena cara abrió la mampara de la ducha.

- ¿Se puede saber que te pasa?

¿Que que me pasaba? Después se extrañan de que me quedé callada y de mi boca no salga ni aire. Me pasaba que me estaban despertando de mi mejor sueño, me pasaba que no era la primera vez que me ocurría y que como siempre, mi vida quedaba reducida a un puto número, el tres.

Pasa que, con Lucia todo era distinto y ni se como pude, pero hable.

- Nada, solo que se acabo nuestro tiempo, ¿no?

Le dije y ni me importó que el agua cayese como si viniese del triste descongelamiento de la Antártida. Lucía se me quedo mirando un buen rato. Trataba de adivinarme una vez más, pero la máscara estaba muy bien sujeta y mi peor apariencia era lo que mostraba.

- Si, a decir verdad. Demasiado lejos llegó.

- Guay, ¿me puedo duchar?

- Por mí como si- se detuvo mordiéndose el labio y me negué a mirarle a los ojos- Te espero abajo- concluyó casi desarmando la mampara. Mare que hostiazo le metió.

Pero como soy imbécil, enteradilla y muy poco espabilada, no le preste atención. Preferí llorar en silencio, ducharme no diría yo que fue lo que hice, salir del baño, adecuar mi vestimenta a mi máscara y abandonar el Hostal. No hubo cuenta que pagar, Lucía se había encargado.

Mentiría si no dijese, que baje al parking arrastrando mi alma y que intente animarme recordando que sólo hacia un día que Lucía había llegado a mi vida. No podía doler tanto y no podía significar tanto. Pero la verdad era otra, locura o no, real o irreal, lo cierto es que verla trastear el cajón de mi moto, volvió a dejarme callada y en mi el silencio es igual, a estar descuajita por dentro. Como desee que se girase y diciéndome o no, me abrazase sin más.

No se giró y en consecuencia, yo me cerré aún más. Abrí el cajón con el que ella se peleaba, deje en el, el bolso de mano que habíamos comprado, lo cerré y sin que ninguna nos mirásemos, me subí a la moto arrancándola.

- Sólo te pido, que no des ningún rodeo, llevame directa a que mi Tía.

¿Esperaría que yo hablase? No lo sé, yo seguí callada, le di su casco, me puse el mío y acelere. Porque al abismo, también llego acelerando.

Camino al Hostal de su Tía, Lucía no se abrazó a mi, apoyo sus manos en el depósito de mi moto y en cada curva hizo mil esfuerzos con piernas y manos, para apenas tocarme. A cada esfuerzo suyo yo acelere y en ciertos momentos, tuve que regañarme a mi misma y llamarme al orden. Lucía iba atrás aunque no quisiera tocarme y por nada del mundo, iba a ponerla en peligro, por ser una zopenca incapaz de hablar cuando y cuanto debe.

No, ya no había canciones, ni maestros de obra, ni mi mare en mi cabecita. Sólo estábamos mi niña morena, la carretera y yo.

Y si, como siempre, el camino de vuelta fue más rápido que la ida y su Tía Trini, será por siempre una niña grande a la que mimar, pero el parking de su Hostal aquella mañana, fue para mi, el peor parking de cuantos en mi vida había estado.

El tipo, con traje de chaqueta y perilla cuidada que en el había, fue la persona a la que más rápido he envidiado en todita mi perra vida.



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